Después de recorrer la zona del Rif en busca de uno de los vestigios ancestrales que aún perduran en esas tierras. Visitamos a las mujeres de los aduares (aldeas), donde trabajan la cerámica de forma ancestral sin horno y torno, una tradición que se ha transmitido de madres a hijas durante generaciones.
Podremos trabajar un #Proyectofotografico donde contaras una historia con un principio y un final.
Desde el Neolítico, todo el Rif, y esta región en particular, han estado marcados por la práctica de una forma de cerámica tradicional. Esta técnica rural es transmitida por las mujeres de generación en generación, para un uso reservado a las necesidades de la familia, al favorecer el uso de materiales locales. Su uso está ligado a las necesidades de la vida diaria (cocinar, calentar, preparar, conservar) y permite producir diferentes recipientes: khabia, jarra; guembour, la jarra; barrada, el lanzador; ghorraf, la copa; hallab, el jarrón de leche; jabbana, la sopera con tapa y qallouch, la olla de mantequilla.
Por lo tanto, para la dueña de la casa, “el ritmo de trabajo está marcado por su carácter doméstico y la fabricación de cerámica es una actividad entre los que marcan la vida cotidiana”.
La cerámica en el proceso del pintado adquiere un gran valor por su interés etnográfico, ya que permite una identificación de las tribus incluso de las aldeas. Los pigmentos utilizados son de origen natural, extraídos de minerales como los óxidos de hierro para el rojo o marrón, o el óxido de manganeso para el negro, e incluso de origen vegetal, como las semillas de lentisco machacadas de las que se obtiene colores gris oscuro verdoso o negro, mezclados con agua.
Las vasijas princiaplmente son para cocinar, almacenar los alimentos, hacer mantequilla, leche, utensilios para la casa, etc.
Como herramientas dependiendo de la aldea utilizan espátulas de maderas, caliza blanca para engobe, canto rodado, pinceles para pintar detalles de pelos de cabra atado, etc.